sábado, 30 de enero de 2010

Viaje a la frontera

Ya son las 18:30, finalmente han casi transcurrido las 9 horas que debía pasar en San José y ahora debo tomar otro avión a Santo Domingo. Me he cansado de recorrer las tiendas de la terminal y de darme cuenta de que todas venden lo mismo.

Ahora estoy abordando el avión, es bastante más pequeño que el anterior pero tiene la particularidad de que cada pasajero tiene su propio pantalla de cristal líquido frente sí y puede elegir entre varias opciones de entretenimiento. Me encantó ver un churrazo hollywoodense que requería bastante teflón mental y simpleza para ser disfrutado, algo que sin lugar a dudas había logrado acuñar tras mis horas en Costa Rica. Lo más interesante era ver cómo todo el menú era gringo y cómo todo resultaba conocido, aún cuando no sigo series ni veo tantas películas comerciales.

El aeropuerto de “Las Américas” en Santo Domingo es un gran elefante blanco y deja ver su pretensión desde el nombre. Es grande y el hecho de que varios aviones de gran calado estuvieran aparcado ahí esperando poder volar hacia Haití, lo hacia parecer más importante. Todo expiró cuando el carrusel que debería haber sacado nuestras maletas se quedo atascado por 12 minutos cuando su motor no fue capaz de arrastras los bultos pesados.

Santo Domingo, podría pintarse como una mezcla de Acapulco, Veracruz y Monterrey. Al llegar me pareció un poco más como Veracruz, pero era de noche y sin duda mi percepción era bastante limitada.
Me alojé en el Melía, un hotel no muy nuevo pero ciertamente cómodo y bien atendido justo en el malecón de la Ciudad. Luego de pagar 40 dólares por un viaje menor a los 15 minutos , me encontré en la recepción con Steve Nesius, un fotógrafo free lance que vive en Tampa, cubriendo deportes ,y quien ahora estaba encargado de coordinar envíos de equipos, provisiones y gente hacia Puerto Príncipe, a través de las carreteras del sur dominicano. No hubo instrucciones, “see you at seven! Don´t worry, once you get there you’re gonig to know what to do“, dijo.

OK, son las 8 del día siguiente y ya estoy transitando por calles de Santo Domingo con un chofer dominicano, un productor venido desde Líbano y un camarógrafo basado en Washington DC. He podido ver más de Santo Domingo y en definitiva de día me ha parecido más cómo Acapulco, tiene una avenida costera muy similar que se llama George Washington, igualmente hay otras grandes avenidas con nombres de norteamericanos ilustres como la Abraham Lincoln y la John F Kennedy. Desde la dictadura de Leonidas Trujillo en la primera mitad del siglo XX éste país tiene nexos muy importantes con Estados Unidos perceptibles a lo largo y ancho de la capital. No por nada 98% de sus exportaciones van para allá.

La Ciudad muestra cierta bonanza económica en sus grandes edificios de apartamentos que van de los 8 a los 30 pisos. Construcciones en las que la tablaroca, las tejas y las cornisas se encargan de forjar cierto aire señorial y suntuoso. Igualmente lo lujoso de las viviendas contrasta con el empleo de rejas (igual que en varias unidades habitacionales mexicanas) en puertas y ventanas, incluso en los pisos más altos,- Según los locales, los merodeadores se las han ingeniado para entrar a las casas de arriba desde el techo. Percibí esas rejas como un primer signo de la desigualdad económica de esta nación.

Pero la desigualdad se puede ver en todos lados. En la calle la mayoría anda en autos japoneses de hace unos 15 años, todos bastante destartalados y el transporte público lo dominan vans Daihatsu y unos microbuses de la misma marca. Muchos circulan incompletos, sin salpicaderas, puertas o ventanas. Hay una línea de metro recién construida que cuesta más de 10 pesos por viaje. Entre todo ello, camionetas todo terreno, Toyota, Nissan o Mercedes Benz aparecen de vez en vez igual que coches lujosos de esas y otras marcas. Para muchos el automotor más accesible son las motonetas japonesas con motores de 50 centímetros cúbicos que valen menos de 650 dlls y se puede pagar a crédito (algo cómo lo que busca hacer grupo Salinas con Italika en México). La salida de la Ciudad al igual que en muchos lugares de América Latina está dominada por colonias marginadas, casas de laminas ubicadas entre los cerros y en las orillas de los ríos Ozama e Isbela.

A pesar de las similitudes, México y Dominicana son incomparables. El tamaño de nuestra economía y la infraestructura que tenemos es infinitamente superior, al igual que nuestras posibilidades de desarrollo. Sin embargo el país tiene una pujanza importante comparado con varios de sus vecinos.

La ruta para llegar a Puerto Príncipe se ha trazado a lo largo del sur dominicano. San Cristobal, Baní Azua, Barahona, Duvergé y Jimaní son los poblados ubicados a lo largo de 280 kilómetros de carretera. Todo el camino sucede entre cerros con vegetación baja de hoja caediza, que se mantiene pardas en las secas y frondosa al llegar las lluvias. La prosperidad de los poblados se va diluyendo mientras nos alejamos de Santo Domingo, igualmente el color de la gente te torna más obscuro cada vez. Sin duda nos acercamos a Haití.

La frontera entre Haití y Dominicana simplemente está marcada por el fin de la carretera en la que viajábamos y la llegada a una camino de tierra inundado en ambos lados por las aguas del lago Sumatra. Una simple reja separa la aduana de cada país y da paso a una franja de terreno, considerada “zona libre”, donde cientos de haitianos se han establecido para comerciar productos importados de varios países del mundo entre la población haitiana que se ha marchado a vivir a Dominicana. Igualmente te abastecen para luego vender en el interior haitiano y la capital.

No hay preguntas, uno pasa libremente, los dominicanos y los haitianos asumen que si uno quiere pasar a la república más longeva de América Latina es para ayudar o para cubrir las secuelas del sismo. Aún cuando comparten la misma isla la diferencia entre el lado hispano y franco parlante de la isla es abismal, económica, social pero sobre todo culturalmente. Pasamos la última reja, oficialmente esto es Haití y la llegada merece otra crónica.

martes, 19 de enero de 2010

microcosmos costaricense

Voy para mi quinta hora en el aeropuerto Juan Santamaria de San José de Costa Rica y lo peor es que ya he recorrido unas 7 u 8 veces su salas y me quedan todavía 4 horas más antes de salir hacia la República Dominicana. Para cuando arribe a Santo Domingo, a eso de las 23 locales, habrán pasado cerca de 19 horas desde que dejé mi casa en Tepepan, y poco más de 16 desde que despegué en un avión de Taca minutos antes de que amaneciera en las pistas del Puerto Aéreo internacional Benito Juárez.

Ya con unos pies de altura El Popo, El Izta, la Malinche y el Citlaltépetl me despidieron de territorio nacional, como queriendo reforzarme el concepto chovinista y muchas veces errado que sostengo de que fuera de México todo es Cuautitlán. El viaje habrá de terminar en algún momento de la tarde del 20 de enero, en la capital Haitiana de Puerto Príncipe.
La travesía ha sido sosa y bastante tranquila, eso pasa cuando uno sale de un aeropuerto y llega a otro. Finalmente casi todo luce igual, salvo por que han cambiado los sombreros charros por los puestos de puros artesanales hechos a mano que cuestan 5 por 39.90 (dólares americanos) Cómo siempre las franquicias dominan y en todos lados son las mismas. Los paneles grises y las alfombras tampoco dejan ver modificaciones importantes. Incluso el aeropuerto de San José está saturado y tal y cómo muchos aeropuertos en México, pide disculpas por las molestias que generan sus obras de ampliación. Por si quedaban dudas del parentesco, mientras escribo esto ha iniciado la quema de un pastizal aledaño a la pista. Se siente uno en casa.

Las salas son insuficientes y están copadas por viajantes de rasgos anglosajones de los cuáles infiero que son estadounidenses. Cabezas rubias dominan la escena, seguidas por las cabezas blancas de muchos retirados que han venido a Centroamérica a disfrutar del buen clima, los costos módicos y la atención médica de calidad a precios del tercer mundo. No por nada los pasillos del aeródromo muestran reiterados anuncios de villas de retiro en Guanacaste (uno de los centros turísticos más famosos de Costa Rica) y alrededor del 60% de los vuelos anunciados se dirigen a los Estados Unidos.

El pasaje local es escaso ,y cómo también se ve en México, goza de buena presencia de potentados locales cuyas esposas jóvenes e hijas, usan pantalones de mezclilla y botas de invierno que contrastan con las chanclas de pata de gallo de los gringos.

El tercer grupo que se asoma es el de los chinos, todos con uniforme de botánico. Gracias a su robusta economía se van convirtiendo en visitantes asiduos de un mundo, que cada vez quiere hacerlos sentir más cómodos ( a ellos y a sus carteras). Además Costa Rica hace sólo un par de años decidió romper con una vieja tradición Centroamericana e inicio relaciones diplomáticas con China, dejando de lado su antigua alianza con Taiwan. Los Chinos incluso donaron y están construyendo el Nuevo Estadio Nacional de Fútbol de Costa Rica y con muestras de afecto como éstas esperan terminar por convencer a los demás países centroamericanos de romper relaciones con Taipei,

Los precios acá parecen más altos a primera vista. La forma más sencilla de ubicar e lnivel de éstos es por medio de la homologación del costo de un combo de comida rápida. El Burger King establecido en el Juan Santa María me acaba de vender un combo de whopper en 10 dólares y ni siquiera están agrandadas las papas. Por si fuera poco el sabor de todo es bastante más insípido y el Seven up sabe muy mal.

Lo que me dejó ver la ventana del avión y los ventanales del aeropuerto es que el país parece prospero. Las casas se ven bastante enteras y el urbanismo destaca con respecto a otros ejemplos de la zona, incluyendo al sureste de México. Los oriundos que trabajan en el aeropuerto parecen capacitados y son en su mayoría jóvenes y sobre todo mujeres, instaladas en todas las áreas, desde demostradoras con abultada anatomía hasta guardias con mucho más abultado carácter.

Eso es lo que los horarios de Taca me han dejado sopesar en éstas horas de tránsito. Seguiré cautivo del monopolio que mantiene en el espacio aéreo de Centroamérica, ya para eso de las 6 de la tarde me estarán llevando a l occidente de la Isla La Española.