sábado, 13 de febrero de 2010

Después del primer mes

A un mes del sismo, Haití tiene signos de mejora y escenas de caos infinito. Los campos de damnificados continúan creciendo e incluso algunos se han instalado en poblaciones fuera de Puerto Príncipe, a unos 30 o 40 kilómetros yendo hacia la frontera.

Los campos son precarios, se ubican en cualquier terreno plano, de preferencia con algo de hierba o en su defecto en uno que no tenga muchas rocas esparcidas que dificulten sentarse o acostarse. La gente comienza a trazar éstas urbanizaciones efímeras con palos de huizache, un árbol espinoso propio del clima seco que predomina en el país. Con los palos se conforman módulos de más o menos 1.40 de alto que varían en longitud. La magra regla no obedece a una cuestión práctica sino a la existencia o no de palos más grandes que permitan mayor altura o espacio.

Una vez que se ha completado la estructura, ésta es cubierta con los más diversos materiales, tela, plástico, cartón, papel craft, lona e incluso follaje seco que sólo será capaz de guarecer a los inquilinos del sol. Tras la instalación de los primeros habitantes, se da un crecimiento demográfico acelerado que posteriormente deviene en caos y vicios propios de cualquier asentamiento irregular; basura excesiva y falta de medidas sanitarias son una constante. Los últimos dos que he visto aparecer surgieron en un campo de fútbol sin pasto y en un solar agrícola sin sembrar.

Los primeros campos, aquellos que florecieron horas después del terremoto en las inmediaciones del aeropuerto, la zona industrial y la plaza central (la que flanquea al hoy derrumbado Palacio Presidencial) han seguido creciendo y algunos de sus inquilinos mejoraron ya sus inmuebles provisionales, dotándoles de techos de lamina y viguetas de madera mucho más trabajadas. Los organismos internacionales han trasladado baños portátiles, tiendas de campaña espaciosas y tanques de agua que son llenados recurrentemente para ayudar a subsanar las mínimas medidas de salubridad de los damnificados. Entre los haitianos, éstos campos son los más cotizados ya que se considera que al estar a un costado de las oficinas de la ONU y de los campamentos de las delegaciones internacionales reciben más atención y ayuda humanitaria. Los campos alojan a los antiguos habitantes de 1 millón de inmuebles arrasados por el sismo.

Paradójicamente una mayor ayuda también trae una gran concentración de basura. En los costados de los campos millones de moscas sobrevuelan restos de basura semi quemada, que yace sobre enormes charcos de lixiviados, orina, heces y agua residual. Los depósitos de basura se extienden con el paso de los días a medida que los inquilinos de los campamentos arrojan a ellos cubetazas de basura casi permanentemente.

Las jardineras y guarniciones ahora son tendederos de ropa y gente de toda las edades ocupa los largos periodos de sol del día para darse baños de esponja con agua no necesariamente muy limpia. La ruptura intencional o accidental de algún ducto de agua que ofrezca un geyser intempestivo de agua fresca es motivo de gran alegría para los inquilinos quienes se desnudan casi de inmediato para lavarse y lavar sus pertenencias al mismo tiempo.

Con todo y la precariedad, la vida social se recrea en la ciudad, hay comercio, se cocina al aire libre, los niños juegan, las familias conviven y algunas festividades propias de la cuaresma se han llevado acabo por las noches, bajo la luz de las velas por que la electricidad no está reestablecida.

Las noches son muy obscuras y con muchas estrellas, las calles se llenan de sonidos. Gritos, aullidos, palmas y cantos se escuchan a lo lejos. Cómo si se estuviera en una selva de concreto, que al igual que las tradicionales cobra vida en las noches al amparo de la luna.

En estos días se ha fijado una cifra de muertos que ronda las 230 mil personas. Sin embargo, se teme que las toneladas de escombros que continúan sin remover alojan a varios más. Al momento, las calles han sido las más escombradas pero al interior de los predios privados, cientos de edificios continúan cómo los dejó el sismo. Muchos particulares han empezado la demolición manual de sus estructuras dañadas y han logrado reducir a polvo casas, oficinas y locales a base de mazos, picos y palas. Otros tantos han empezado a reparar viviendas y locales que mostraban demasiado cuarteadas y con severos problemas estructurales. Por lo general sólo han cambiado los ladrillos rotos y resanado las grietas, no existe ninguna evaluación del daño estructural de los inmuebles o un diagnóstico serio de los riesgos de colapso, lo importante es ponerse en pie, aunque sea en un solo pie.

El comercio está de regreso en la calle, se vende carbón, caña de azúcar, yuca, mandarinas, naranjas y calabazas. Granos y aceites importados, cigarros, botellas de ron y whisky (muchas fueron saqueadas de los locales derruidos). La ropa y los zapatos usados, igual que las pacas que se venden en las inmediaciones del metro Pino Suarez, también dominan la escena y representan la única oportunidad de vestido para muchos. Otros giros incluyen la presencia de empleados de telefonía celular que con aparatos portátiles ofrecen llamadas, además de puestos que ofrecen recargar celulares, negocio muy rentable considerando que en las casas no hay luz.


La artesanías haitianas aparecen en todas las esquinas. Madera tallada y cuadros de colores brillantes y formas alargadas dominan el espacio de los puestos. También se venden banderas haitianas y estadounidenses. A pesar de los episodios anteriores de intervencionismo norteamericano en Haití, muchas personas han desplegado banderas de los Estados Unidos y prendas con barras y estrellas. Al menos una parte de los afectados considera que sólo los “Marines” son capaces de imponer orden en las reparticiones de comida y acelerar las medidas de remediación y reconstrucción, además de apuntalar la seguridad. Pareciera que portan los símbolos yanquis buscando generar simpatía entre los gringos y así acceder a su ayuda, su logística y sus recursos.

Los propios marines son escoltas de jóvenes voluntarios norteamericanos que organizados por una iglesia o universidad han venido a expiar su consciencia humanitaria al país más pobre de América. Algunos ayudan otros vienen de safari y se pasan el tiempo sacando fotografías de los haitianos en su hábitat, montados en un “Hummer “ del US ARMY.

La presencia de la prensa ha bajado conforme las finanzas de los conglomerados mediáticos se fueron mermando. Los que quedan están cubriendo el juicio de los americanos que quisieron sacar 33 niños haitianos hace unas semanas. Los campos, la destrucción y la ayuda son temas cada vez menos pedidos por las redacciones, en algunas semanas quedaran muy pocos y los primeros en lamentarlo serán los hoteles de lujo de Puerto Príncipe (Lujo a nivel haitiano) que en estos días cotizaban habitaciones y alimentos a precios de Dubai. Chóferes, asistentes, traductores y motociclistas irán siendo despedidos conforme los reporteros se vayan y ya no haya a quien llevar.

La gente volvió a ser nota el viernes, cuando a las 5 de la mañana una pertinaz lluvia sorprendió a todos. Muchos editores esperaban que el agua complicara todo y que la gente desesperada se violentaría. No ocurrió. La ciudad se levantó un poco más clara, el polvo fue descolgado del aire haitiano y se develó una nueva perspectiva de la destrucción y el hacinamiento, ni mejor, ni peor, sólo más clara y con un viento más fresco.

Ahora son las siete treinta de la noche, la calle huele a diesel quemado por las generadores de electricidad, a heces, a orines, a sudor a descomposición y a comida frita propia del caribe. Se oyen coros y acordes del típico compas Haitiano, hay algarabía, los niños corren, también hay lamentos y hambre, pero la gente no se priva de vivir. Siempre he pensado que un terremoto como el de hace un mes habría causado más traumas, desolación y pérdidas en otros países del mundo. Los Haitianos no tenían mucho que perder materialmente, perdieron seres queridos y miembros de su comunidad, pero el nuevo orden de existencia que les ha planteado el post temblor ha resultado en nuevas comunidades, donde la vida persiste apoyada en la memoria de un pueblo golpeado y humillado pero enriquecido por su mestizaje, las ocupaciones sufridas y los episodios vividos.

Desde el viernes 12 hasta el domingo 14 se han declarado 3 días de oración y alabanzas en memoria de los muertos del sismo. Los cantos se oyen por doquier, son días de guardar, los locales cierran, los transportes paran, las calles lucen vacías, todos buscan llevar algo blanco y Puerto Príncipe se toma un respiro.

1 comentario:

  1. Tomarse un respiro es lo más natural y necesario que existe, y, al mismo tiempo, es lo más sano y curativo. Que sanen los más posibles, le hace falta a Haití... Haces mucha falta por aquí.

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