miércoles, 3 de febrero de 2010

Haití, tan cerca y tan lejos

La primera cosa que deja ver la pobreza de Haití es su depredado medio ambiente. La atmósfera cambia radicalmente tras haber pasado por la aduana, en el país más pobre de América lo primero que faltan son árboles y lo que abunda es el polvo. Las cordilleras que lo atraviesan están completamente deforestadas y sólo existen pastos, arbustos y cactos por doquier. El terreno es calizo y mientras lo atravesamos un polvo muy fino ya ha terminado de tomar el interior de la camioneta en la que viajamos luego de que el aire acondicionado se averiará y no quedará otra que abrir las ventanas.

La carretera dominicana en la llegamos hasta acá desapareció unos metros antes de la aduana. Dio pasó a un camino de grava flanqueado por aguas estancadas y algo mal olientes del lago Sumatra. La última crecida del lago, provocada por una tormenta en 2008, inundó el cruce, las instalaciones aduanales y muchos campos de cultivo en terreno dominicano. El camino es lo único recuperado, aún queda mucho bajo el agua. Pensar en que una contingencia como esa aún no ha sido resuelta, siendo que ocurrió hace varios meses, me pone a pensar en lo mucho que tardará el país en recuperase de una mucha mayor cómo fue el terremoto del 12 de enero.

Pasando la frontera haitiana aparecen desvencijadas camionetas compactas de origen oriental que arrojan una nube de humo negro al arrancar. Todas andan con pesar y aún así sus dueños se encargan de colocarles un caparazón de madera con pinturas o figuras de los más diversos motivos; todos pintados en colores muy brillantes. La inspiración haitiana para decorar el medio de transporte que domina el país va desde figuras de leones africanos similares a las plasmados en las prendas reggae, hasta retratos del rapero 50 Cents, o los genios del fútbol Leonel Messi y Kaká. No sé cuántos kilos le suma el cápasete a la carrocería, pero imaginen que todo está confeccionado en madera y acero y que además está hecho para ser atiborrado de personas y cargas diversas.

Transitamos sobre la carretera troncal del país y la vía no cuenta con ningún tipo de señalamiento, ni mucho menos líneas que la dividan, el pavimento desaparece a menudo dejando de nuevo la grava blanca a la vista. Por momentos el camino parece estar por debajo del nivel del enorme lago que lo flanquea pero un simple borde de arena y piedras impide la inundación. Al otro lado del gran cuerpo de agua existen caseríos con viviendas de palos, lamina y lodo, ocupados en su mayoría por productores de carbón vegetal, combustible que sirve para cocinar en casi todo el país y culpable parcial de la destrucción del ambiente.

Lanchas de remos, impulsadas muchas veces por niños, atraviesan el lago durante todo el día con enormes bultos de carbón a cuestas. El carbón será pesado en la otra orilla y subido a una de las pick UPS con decoración barroca que les reseñé antes para ser llevado a los poblados ubicados a lo largo del camino y a Puerto Príncipe. Las camionetas también regresarán con cajas de whisky o ron, qué también serán pasadas por lancha para cruzar de forma ilegal a Dominicana a través de un paraje denominado como tierra nueva. Lo mismo ocurrirá con muchas otras mercancías, muchas de ellas ilegales.

Nos separan 75 kilómetros de Puerto Príncipe, en el camino aparecen poblaciones no muy definidas con construcciones diversas. El panorama está dominado por obras inconclusas o proyectos de cooperación internacional abandonados o en franco deterioro. Casas de interés social para damnificados de algún huracán, albergues para niños huérfanos, proyectos turísticos para la ribera del lago y otros tantos proyectos privados que incluyen casas, fincas o fraccionamientos campestres de los que sólo se completo la entrada.

El lago resulta bastante escénico y plagado de escenas con potencial fotográfico. Existen minas de arena y grava que han revelado enormes paredes y peñascos blancos producidos por el subsuelo calcáreo de la zona. La blanca roca se combina con el agua y origina pozas color verde esmeralda adornadas por juncos. El encanto se termina cuando la basura dejada por los que transitamos el camino invade la ribera de los estanques y los camiones remueven el polvo circundante tornando turbias las aguas.

Dejando el lago atrás, aparecen nuevos poblados en los que se asoman cultivos dispersos de caña, plátano, papa, zanahoria, y yuca. Muchas veces no se ocupa el surco sino recuadros similares a los empleados en África.

En el medio de uno de esos pueblos, en un terreno no mayor a las 8 hectáreas, hay una arbolada dominada por ceibas, jacarandas y palmas. Sólo una muestra ínfima de lo que debió haber sido el medio físico de esta parte de la isla antes de que su convulsionada historia política y económica la acabaran por completo dejando todos los alrededores pardos y una ambiente seco, caliente y denso por el polvo que vuela por doquier.

Conforme nos acercamos a Puerto Príncipe comienzan a aparecer los daños. Primero son bardas, luego casas, luego escuelas, albergues, colonias enteras. En los patios de las casas destruidas hay construcciones provisionales o tiendas de campaña a donde se han mudado los damnificados o gente con su casa en pie que tiene demasiado miedo como para ocuparla en las noches.

Los pueblos se convierte de pronto en Puerto Príncipe, el gris domina todo, la mayoría de las casas y los locales han sido construidos con bloques de arena como los que conforman muchos de lo hogares pobres de nuestro país. Al polvo común hay que añadir el proveniente de los escombros. Entre las banquetas y el pavimento por lo general hay fosos donde la gente tira todo tipo de desechos y donde muchos orinan o defecan mientras caminan. Debo decir que esta conducta pudo haber sido motivada por el caos que generó el sismo.

Los pocos bulevares que tiene la ciudad tienen un tráfico insufrible, tardamos horas en entrar y otro tanto en llegar al aeropuerto, dónde se han ubicado todas las delegaciones de ayuda internacional y medios de comunicación. El tráfico está desquiciado por los tanques de los cascos azules de la ONU, las camionetas todo terreno de las ÓNG´S y sobre todo por que miles de personas se agolpan a las afueras de la embajada de Estados Unidos, el aeropuerto y la sede de naciones unidas bloqueando las vías de comunicación.
La autoridad local no existe y la gente parece buscar una referencia oficial que le diga que hacer o que le de soluciones a sus necesidades más básicas. Igualmente los medios de comunicación se han vuelto la mayor fuente de trabajo, las agencias, canales, diarios y radios internacional han movido a corresponsales y equipos técnicos que necesitan urgentemente de ayudantes locales que les permitan entender las entrevistas que hacen en creole con los oriundos y chóferes o motociclistas que los muevan a través del laberinto de calles que representa la capital haitiana.

Todos los espacios abiertos de la ciudad están tomados por gente que perdió su hogar en el terremoto del 12 de enero,. Al igual que en el trazo de la ciudad, los campamentos de damnificados se han levantado de forma anárquica y con lo poco que la gente ha podido tomar de entre los escombros y la basura. Palos, tubos, sábanas, cartones, laminas y bolsas de plástico conforman las nuevas viviendas.

El centro de la Ciudad parece una zona de guerra. Los escombros afloran por doquier, coches aplastados se ubican entre los escombros, sillones, persianas, papeles y restos de computadoras se desperdigan por los alrededores, todo salió expulsado por la presión que ejercieron las lozas de concreto al momento de desplomarse. La gente busca recuperar cosas de entre los escombros; sillas, cojines, tapetes, puertas y sobre todo las varillas y laminas que luego se pueden vender bien en el mercado de desechos. En las banquetas hay grandes cajas de madera vacías, que han sido sacada de los almacenes y saqueadas.

En toda la ciudad no hay zonas bonitas, aunque en algunas cuadras hay viejas casas de diseño francés y cierto patrimonio arquitectónico, así como árboles y magras áreas verdes que resultan un bien muy preciado.

La plaza central de la Ciudad está ocupada por miles de personas que acampan en el parque y que por la noche expenden sus dominios a las calles circundantes para dar cama a todos. El palacio presidencial está completamente destruido, igual que las oficinas de gobierno y la catedral. La gente se baña en la plaza con esponja y jabón mientras que otros defecan y orinan en plena calle. La atracción de la tarde ha sido el hallazgo de 3 cuerpos dentro de un auto recién sacado del fondo de una montaña de escombros, el olor es terrible y las lesiones indescriptibles, la gente se ha juntado a mirarlos y todos esperamos a que venga alguien a recogerlos, pasa media hora y no ocurre, durante la espera una chica se ha agachado para orinar junto a la banqueta luego de levantarse un poco la falda. Finalmente llegaron por los cuerpos, sólo hay bolsa y camilla para uno, los otros dos tendrán que esperar.

La prensa ocupa también algunos de los pocos hoteles que quedaron en pie (al menos parcialmente) El hotel Plaza, al lado del parque central, ha sido tomado por CNN, quien ha instalado un estudio de transmisión en la terraza que da a la plaza copada por damnificados. Muchos medios más se han movido a los Hoteles Ritz y Villa Creole ubicados en el Petion Ville en, la zona alta de Puerto Príncipe, supuestamente dotada de un subsuelo más seguro que aguantaría otros temblores. Me dirijo a Villa Creole, ahí están algunos compañeros, el camino es insufrible, tráfico a vuelta de rueda, basura se queme en las baquetas, los escombros que han caído de las laderas bloquean carriles y vendedores ambulantes saturan el espacio ofreciendo desde caña de azúcar hasta baterías coreanas.

En Petion Ville vive parte de la clase alta haitiana, los caminos principales se intersectan con pequeñas calles empedradas que llevan a fraccionamientos amurallados, coronados con alambre de púas. Guardias, muy pocos, cuidan los accesos armados con rifles de muy grueso calibre. Me resulta incomprensible que un solo guardia sea suficiente para amilanar a los miles que se agolpan afuera buscando que la gente rica o los reporteros les den algo de comer o agua.

Entramos a la privada que lleva al Villa Creole, afuera del hotel hay un campamento con heridos, algunos de ellos graves o agonizantes, muchos son parientes de empleados del hotel que quedaron sin casa y se instalaron acá buscando un lugar seguro para dormir y la atención médica de los doctores voluntarios hospedados aquí.

El Hotel, parcialmente destruido por el sismo, ha sido tomado por la prensa, la azotea está ocupada por antenas satelitales, mientras que los técnicos que las operan acampan a un lado realizando transmisiones día y noche con los reporteros de todos los canales que hacen fila para ser realizar sus “en vivos”, las 24 horas. La zona de la alberca y sus alrededores es redacción de otros tantos medios, teléfonos satelitales son apuntados al cielo, mientras que reporteros estresados redactan un cable y lo envían por la línea de Internet que abre el aparato o la dictan a insaciables editores. Cuando muchas redacciones han cerrado, todo mundo se relaja, hay comida, bebidas frías y botanas, además de meseros, cerveza y vinos. Afuera la gente herida grita, se queja o lamenta sus muertos pero el Prime time terminó y hasta mañana retomaremos la tragedia… es tiempo de socializar y relajarse. Todo mundo quiere ver de cerca lo que pasó aquí pero la crudeza termina por hacer que muchos prefieran alejarse y buscar su sitio en la pantalla del ordenador y la línea de internet, refugiados siempre por las murallas de Petion Ville.

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